lunes, 3 de febrero de 2014

Literatura, dinero y poder

En la vida literaria de todo gran lector llega ese momento en el que pasa de leer cuentos infantiles y novelas juveniles a libros adultos. Generalmente ese momento viene cuando algún amigo, padre o incluso profesor de instituto recomienda una novela particularmente interesante, uno de esos libros llamados clásicos. Al lector principiante, sumergido de cabeza en la gran Literatura, le fascina la novela. Le gustaría leer muchas más. Le gustaría que a partir de ese momento todas sus experiencias de lectura fueran tan intensas e inolvidables como ésa. Entonces se pregunta cuáles serán esos libros perfectos, especiales, ocultos en el maremágnum de obras literarias publicadas cada año desde que Gutenberg tuvo la gran idea de inventar la imprenta.

Esos libros perfectos son los clásicos. De los clásicos se han dicho muchas cosas, desde que son esos libros que nunca terminan de decir todo lo que tienen que decir a que son libros que tienen tantas lecturas posibles en sí mismos que cada lector hace una distinta y particular.
Personalmente, siempre he creído que un clásico es aquel libro ajeno a las modas literarias, capaz de emocionar y de servir como fuente inagotable de experiencias tanto a nuestros abuelos como a nosotros mismos. Y seguirán leyéndolo nuestros hijos y nietos con esa misma avidez.





¿Cómo encuentra el lector estos clásicos para poder leerlos uno tras otro sin tener que indagar como un zahorí con su varita entre miles de publicaciones absurdas? La respuesta está en lo que se ha llamado el canon. El canon no es otra cosa que esa lista de obras clásicas que los lectores experimentados han leído en mayor o menor medida.

¿Y existe una sola de estas listas que, como una verdad universal, contiene todos los clásicos merecedores de tal nombre? Las listas de cualquier cosa considerada culturalmente imprescindible no son perfectas ni cerradas. Están hechas por personas, por muy versadas que estén en cuestiones literarias y como tal, son susceptibles a pasiones desmesuradas, modas, países, idiomas, culturas e incluso odios más o menos velados.

Una simple búsqueda en Google acerca de los diez libros imprescindibles arroja unos resultados que generalmente contienen una o varias obras de William Shakespeare (Romeo y Julieta, Hamlet y Macbeth como las más recurrentes), Charles Dickens (Oliver Twist, David Copperfield y Grandes esperanzas), El gran Gatsby de Francis Scott Fitzgerald, Ulises de James Joyce y A sangre fría de Truman Capote. Aparecen en segundo plano, aunque también con frecuencia las rusas Guerra y paz, de Lev Tólstoi y Crimen y castigo de Fiódor Dostoyevski. Y luego cada lista se desvía hacia una vertiente distinta en función de su autor. No en todas aparece Don Quijote de la Mancha, por ejemplo, ni Cien años de soledad, ni siquiera Cumbres borrascosas o Matar a un ruiseñor. Lo que a simple vista ya nos indica una idea clave: la mayoría de las obras están escritas en inglés y por parte de un hombre.



Como española, no sólo echaría en falta Don Quijote de la Mancha sino también Fortunata y Jacinta del gran Benito Pérez Galdós o La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca (incluso Poeta en Nueva York o el Romancero gitano, aunque este tipo de listas no suelen ser muy dadas a la poesía). Como argentina, me faltaría el Martín Fierro, El juguete rabioso de Roberto Arlt (demasiado periférica para aparecer en un canon pero absolutamente irrepetible) y desde luego el inconmensurable Jorge Luis Borges (por no hablar de Ricardo Piglia, aunque creo que sería muy osado intentar colocar a un autor aún vivo en un canon). Si fuera de Colombia, habría echado en falta a Gabriel García Márquez (inexcusable la falta de Cien años de soledad en cualquier canon que se precie). Si fuera uruguaya a Mario Benedetti, si fuera mexicana, a Juan Rulfo (es increíble lo poco que aparece Pedro Páramo en la mayor parte de las listas).

De que aparezcan obras de Japón (La novela de Genji, Botchan, El mar de la fertilidad) ni hablamos. Nada de China, nada de ningún país de África ni de Asia, nada de Canadá, ni Australia ni de Europa del Este, ni de...

Las listas, los cánones o cualquier prescripción que trate de acortar el camino, de servir de tabla a la que aferrarse en medio de un océano de obras desconocidas en el cual no sabemos muy bien cómo navegar, están influidas por el acceso de los lectores a las obras y por tanto, por idioma (mayor presencia de obras cuanto más global sea el idioma en el que están escritas), país (¿Qué tal la aparición de la obra capital de un autor búlgaro, por ejemplo?), cultura (abrumador nuestro desconocimiento de la cultura oriental) e incluso poder político.  

La mejor opción es, por supuesto y como siempre, hacerse uno mismo esa lista personal de obras de la Literatura inexcusables. Una lista que contenga todas esas obras que no nos han dejado dormir, ansioso por pasar una página tras otra para saber cómo terminaba la historia, que nos hayan dejado ensimismados con cada una de sus frases, que estén presentes en nuestro día a día a través de citas recurrentes o que nos hagan pesar "¿Qué habría hecho este personaje en mi situación?" o que formen parte de nuestro sistema de valores, de nuestra visión del mundo. Que hayan sido algo más que un entretenimiento a lo largo de su lectura, para convertirse en una nueva ventana abierta a la vasta inmensidad del mundo, que hayan conformado una nueva visión de nuestra realidad y nos hayan servido para entenderla mejor (o para despreciarla más profundamente).

En definitiva, y puesto que leer ante todo significa explorar, ya que vamos a intentar atravesar el vasto océano de obras literarias desperdigadas en bibliotecas y librerías con nuestra experiencia como único guía en el viaje, lo mejor es que nos fabriquemos nuestra propia tabla y que no nos olvidemos de que la madera se estropea al contacto con el agua, por lo que deberemos renovar e incluso sustituir algunas partes de nuestra tabla a medida que avancemos en nuestro océano y sus aguas se hagan más profundas.



Como muestra os presento mi propio canon. Organizado no por importancia sino por orden de descubrimiento, no por carácter imprescindible sino por ser los que a mí me han dejado sin sueño o sin respiración. Una lista sesgada, influida por mi lengua, mi país y mi cultura, mi visión del mundo, el tiempo que he tenido a lo largo de mi vida en mi búsqueda de nuevas lecturas y tan provisional como pueda hacerla el hecho de que quizás mañana lea otro libro y cambie todos y cada uno de los que aparecen en esta lista pero a día de hoy, 3 de febrero de 2014, éste es mi hilo de Ariadna para atravesar mi laberinto literario:

 Cuentos, Hans Christian Andersen
Las aventuras de Huckleberry Finn, Mark Twain
Mujercitas, Louise May Alcott
Poeta en Nueva York, Federico García Lorca
Harry Potter, J.K. Rowling
El extranjero, Albert Camus
Lolita, Vladimir Nabokov
Cien años de soledad, Gabriel García Márquez
Música para camaleones, Truman Capote
Altazor, Vicente Huidobro
Respiración artificial, Ricardo Piglia
El juguete rabioso, Roberto Arlt
Otras voces, otros ámbitos, Truman Capote
A sangre fría, Truman Capote
Fortunata y Jacinta, Benito Pérez Galdós
Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes
Rojo y negro, Stendhal
Los miserables, Víctor Hugo 

¿Y los vuestros? ¿Cuál es vuestra tabla?

2 comentarios :

  1. Molt bona reflexió! Sens dubte, la problemàtica del cànon literari (o de qualsevol cànon), n'és l'origen. El centre (o els centres) decideixen qui es troba a dins i qui no: poder lingüístic, poder polític i poder econòmic. La raó de considerar Shakespeare millor escriptor que Cervantes és una qüestió lingüística. De la mateixa manera que no incloure en els llistats obres com l'Amadís de Gaula o el Tirant lo Blanc, molt difoses en les seues èpoques, i reconegudes (el Tirant) fins i tot pel Quixot. El fet de no incloure-hi Les mil i una nits, la tradició oriental (clàssica o moderna) o africana i hispanoamericana, és una qüestió política: qui fa el cànon privilegia les seues obres. I, finalment, la incorporació dels nous autors als cànons (o el manteniment dels clàssics) respon als interessos comercials de les grans editorials: és cànon hispànic tot el que està al catàleg de Cátedra. La definició que en fas, com a llista esbiaixada, influïda per la teua llengua, cultura i concepció del món és, en definitiva, una perfecta síntesi del que és el cànon. I m'encanta el teu cànon, tot i que només coincidim en dos obres! :)

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  2. Eixa és una altra: Què hi ha dels clàssics de la Literatura catalana (com el Tirant com bé senyales), galega o vasca? Doncs no hi ha res de res perquè evidentment no interessa que hi haja res. La incorporació de nous autor als cànon és molt, molt lenta (massa). M'ha resultat graciós allò que dius de que és cànon hispànic tot el que hi ha al catàleg de Cátedra. No m'ho havia plantejat mai però és una qüestió molt interessant (sobretot tenint en compte que tinc un estant ple, ja que pràcticament tot el que vam llegir a la carrera era de Cátedra per allò de la introducció ben detalladeta).

    Me n'alegre que t'agrade el meu cànon, ara només et falta dir-me quines són aquestes dues obres en les quals coincidim (i si t'animes, la resta del teu cànon també em resultaria molt interessant).

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