martes, 1 de noviembre de 2011

Astronomía, reyes legendarios y sangre limpia en Harry Potter

Los buenos escritores son aquellos que conservan la eficiencia del lenguaje. Es decir, lo mantienen preciso, lo mantienen claro.
Ezra Pound

Se tiende a desligar con demasiada frecuencia la literatura popular de la Literatura (en mayúsculas y pronunciado por un catedrático con gesto serio) pero se olvida que muchas de las obras que hoy consideramos grandes clásicos literarios fueron en su inicio no sólo literatura popular, sino incluso folletinesca y considerada menor (casi todas las del siglo XIX por ejemplo, incluyendo una de mis preferidas, Fortunata y Jacinta).

El criterio de la forma tampoco parece muy acertado: no todo en Literatura es Shakespeare o Lope de Vega, algunas obras son capaces de descubrir aspectos desconocidos o hacer reflexionar sobre los ya conocidos con aparente sencillez expresiva, como el haiku japonés.

La etiqueta "literatura infantil" como salvoconducto para excluir una obra de la gran Literatura (en mayúsculas) tampoco parece un buen criterio, sobre todo teniendo en cuenta que la Literatura escrita fue previamente literatura popular oral, como los cuentos y éstos nacieron en muchas ocasiones como entretenimiento para los más pequeños de la casa (Alicia en el país de las maravillas es un buen ejemplo).

¿A dónde quiero llegar con todo esto? Como estudiante de Literatura, me gusta mantener un criterio abierto y me niego a excluir una obra de lo que considero Literatura por mantener una aparente sencillez en su forma escrita, ser disfrutada por un gran número de lectores o ser etiquetada como literatura infantil.
Mucho menos cuando escribo un blog titulado Laberintos literarios y esta "pequeña" obra literaria abre tantos, que sería un enorme desperdicio no hablar de ella. Me refiero, por supuesto a Harry Potter, la saga de siete libros escrita por J.K. Rowling.




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