sábado, 8 de febrero de 2014

Respiración artificial: rellenando los huecos de la Historia

ADVERTENCIA: En este post se desvelan detalles importantes de la trama de Respiración artificial, de Ricardo Piglia, incluyendo el final. Si no lo habéis leído aún, mejor guardad este post para cuando lo hayáis hecho. 


El arte da voz a lo que la historia ha negado, silenciado o perseguido. El arte rescata la verdad de las mentiras de la historia.
 Carlos Fuentes

Como Scherezade la literatura resiste las leyes del poder.
Ricardo Piglia


De muchos bestsellers y novelas de moda se ha dicho que son "históricas" es decir que ficcionalizan un hecho histórico o que tienen alguna base de tipo histórico. No es esto lo que hace Ricardo Piglia en su maravillosa Respiración artificial. En esta gran novela, parece como si Piglia quisiera recuperar la clásica relación entre literatura e historia (una relación con diferencias muy difuminadas en el período grecorromano, tal y como se aprecia en la Poética de Aristóteles).

Respiración artificial fue publicada en 1980, momento en que la censura argentina no es tan rígida como sólo cuatro años antes y permite apenas un resquicio que Piglia aprovecha criticando la dictadura en una novela codificada, en la que aporta la mitad del significado completo, mientras que la otra mitad de la solución –como un detective de novela negra- debe aportarla el lector.
La referencia al lector como detective no ha sido gratuita, el autor argentino estaba muy influido por la lectura de Dashiell Hammett y otros autores americanos de novela negra (Chandler, Cain, etc.) En 1968, en Buenos Aires, empezó a dirigir la colección de novela policíaca estadounidense para una editorial pequeña llamada “Tiempo contemporáneo”, en palabras del autor: “En aquellos tiempos, llevar adelante este proyecto suponía que tenías que leer treinta libros para escoger uno, recibía cajas y cajas, me pasaba el día leyendo”.
De esta ingente lectura de novela negra, el autor se interesa principalmente por el concepto del poder y el modo en que éste corrompe a las personas.


lunes, 3 de febrero de 2014

Literatura, dinero y poder

En la vida literaria de todo gran lector llega ese momento en el que pasa de leer cuentos infantiles y novelas juveniles a libros adultos. Generalmente ese momento viene cuando algún amigo, padre o incluso profesor de instituto recomienda una novela particularmente interesante, uno de esos libros llamados clásicos. Al lector principiante, sumergido de cabeza en la gran Literatura, le fascina la novela. Le gustaría leer muchas más. Le gustaría que a partir de ese momento todas sus experiencias de lectura fueran tan intensas e inolvidables como ésa. Entonces se pregunta cuáles serán esos libros perfectos, especiales, ocultos en el maremágnum de obras literarias publicadas cada año desde que Gutenberg tuvo la gran idea de inventar la imprenta.

Esos libros perfectos son los clásicos. De los clásicos se han dicho muchas cosas, desde que son esos libros que nunca terminan de decir todo lo que tienen que decir a que son libros que tienen tantas lecturas posibles en sí mismos que cada lector hace una distinta y particular.
Personalmente, siempre he creído que un clásico es aquel libro ajeno a las modas literarias, capaz de emocionar y de servir como fuente inagotable de experiencias tanto a nuestros abuelos como a nosotros mismos. Y seguirán leyéndolo nuestros hijos y nietos con esa misma avidez.



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