Tal vez la caballería nunca existió antes de los libros de caballería, o directamente sólo existió en los libros.
Ítalo Calvino
Todos tenemos una idea más o menos aproximada de lo
que es un caballero andante. Nos hemos formado una imagen mental a partir del
ideal del rey Arturo y sus caballeros de la mesa redonda o por contraste a
través del entrañable loco Don Quijote.
Aunque la primera aparición de Uther y Arthur
Pendragon en Literatura se debe a Geoffrey de Monmouth en su Historia de los reyes de Britania
(escrita entre 1130 y 1136), la novela de caballerías en sentido estricto llegó
a su mayor auge en la segunda mitad del siglo XII con las novelas de Chrétien
de Troyes. Novelas que supusieron la aparición del rey Arturo como personaje
literario en el sentido que hoy lo conocemos.
Las historias secundarias como los amores adúlteros
de la reina Ginebra con el caballero Lancelot no aparecieron hasta el ciclo
conocido como Vulgata, escrita ya en
inglés pero en las cuatro novelas del autor francés que suponen el inicio del
ciclo artúrico (Erec et Enide, Lancelot, el caballero de la carreta, Yvain, el caballero del león y Perceval o el cuento del grial), ya
aparecen configurados el mítico reino de Camelot y su inquebrantable sentido de
la justicia, la reina Ginebra y los caballeros más importantes de la mesa
redonda como Lancelot, Perceval y Gavain (o Yvain).
En Francia, el género caballeresco declinó
lentamente tras las obras maestras de Troyes, mientras que en Inglaterra se
extendió hasta la muerte del mismo rey Arturo en La muerte del rey Arturo, de Thomas Malory en 1485. Tenemos así un
género que nace con el nacimiento del rey Arturo en el siglo XII y muere con la
muerte del rey en el siglo XV.
Precisamente durante el siglo XII se producía en la
Historia de Europa la época de las cruzadas por motivos religiosos y la
difusión del ciclo artúrico provocó que éste se utilizara con afán
propagandístico a lo largo de todas ellas, con lo que se equiparaban los
caballeros que aparecían en ella a dioses, ya que la Literatura de carácter
religioso era la única que hasta entonces había hecho mella en la vida de la
gente. La novela de caballerías se convirtió así en el primer género profano
capaz de influir en la vida cotidiana, aunque el rey Arturo no fue el único en
equipararse a los dioses, algo que Virgilio ya había intentado no con un rey literario,
sino con el auténtico emperador romano Augusto en su Eneida.
En su origen, las mismas profecías del gran mago
Merlín no eran un rasgo de un personaje dotado de magia y habilidad de predecir
el futuro sino un discurso esperanzador para el pueblo bretón en sus luchas
contra los normandos. Un Dios inventado capaz de asegurar que todo saldrá bien
y que los hombres podrán regresar a sus casas sanos y salvos.
En el caso de España, la Reconquista y la expulsión
de los judíos de la península, se siguieron considerando parte de las cruzadas,
por lo que éstas no terminaron hasta finales del siglo XV (1492).
Paralelamente, la novela de caballerías vivía un renacimiento o epílogo en Italia
y España, ambos países interesados en que las heroicas historias de los
caballeros andantes siguieran sirviendo de inspiración a sus propios caballeros
durante la larga Reconquista.
Lejos de dar por finalizado el género en 1492, el
descubrimiento de América, ocurrido en octubre del mismo año, aún fue
considerado en España como un epílogo de la Reconquista, sobre todo por el
intento de conversión al cristianismo de los habitantes de las nuevas tierras
descubiertas.
Así pues, no sólo el género de caballerías siguió
gozando de popularidad en España durante todo el siglo XVI, sino que fue en
éste en el que se escribieron las mejores obras. Como el Amadís de Gaula, que fue usado continuamente por los conquistadores
españoles para describir la grandeza de las nuevas tierras descubiertas.
Especialmente la belleza de grandes imperios como el azteca, algo tan
maravilloso y tan distinto a lo que podía encontrarse en Europa que únicamente
se podía recurrir a la Literatura de fantasía para tratar de describirlo. La
novela de caballerías ya no servía únicamente como modelo inspirador de la
conquista americana, sino como modelo de descripción de las maravillas
encontradas y ni siquiera necesitaban la figura del rey Arturo, que llevaba
muerto un siglo en las páginas de Malory, para usar al mago Merlín como su
propio Dios de papel, como un profeta capaz de indicar que todos los
sufrimientos presentes llegarían a un final feliz.
Cruzadas, Reconquista, conquista americana... la
Literatura española no parecía tener nunca bastantes novelas de caballerías, siempre
había un nuevo reto, una nueva causa a la que inspirar. Y con el rey Arturo
muerto, un rey cuya vida había supuesto el nacimiento y la muerte del género en
países como Francia e Inglaterra, hubo que crear un caballero loco por tratar
de poner en práctica hazañas de un siglo anterior. Enloquecido, como la propia
España, por la excesiva lectura de aventuras sobrehumanas. Un caballero lo
bastante loco como para seguir viviendo anclado en un pasado ideal: el de la
España del descubrimiento de América y las novelas de caballerías pero lo
bastante cuerdo como para darse cuenta de que lo que necesitaba la Literatura
española era una dosis de realidad y unos cuantos sueños caballerescos menos.
Este caballero, que no es otro que Don Quijote, construyó
sus propios ideales a través de unos libros llenos de fantasía, creados para
servir de faro de esperanza en una época convulsa de guerras. Don Quijote,
único en su especie, será el último caballero en una época (la España del
Renacimiento), en la que los ideales eran excesivamente ambiciosos y ya no era
posible vivir conforme a las ideas de amadises, aunque hubieran sido salvados
de la hoguera por el cura y el barbero.
¿Fue la evolución de la novela de caballerías la
natural de un género literario o nacieron los caballeros andantes de tinta y
papel para inspirar a hombres de carne y hueso ambiciosas conquistas? Quizás el
rey Arturo nació gracias a algo más que la necesidad de Uther e Igraine de
tener hijos o Don Quijote murió de algo más que de melancolía por ser un Alonso
Quijano cualquiera.
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