ADVERTENCIA: En este post se desvelan detalles importantes de la trama de Los Miserables, de Víctor Hugo, incluyendo el final. Si no lo habéis leído aún, mejor guardad este post para cuando lo hayáis hecho.
Este libro es un drama, cuyo primer personaje
es el infinito. El hombre es el segundo
Víctor Hugo
Todo lector
que se precie ha leído al menos una vez en su vida a los grandes autores
franceses del siglo XIX: Gustave Flaubert, Honoré de Balzac, Stendhal y sobre
todo Víctor Hugo. Con grandes autores no me refiero sólo a su grandeza
literaria y artística, que también, sino a las grandes proporciones de sus
obras magnas.
En concreto Los Miserables, de Víctor Hugo tiene muy
pocas ediciones en un solo tomo e incluso cuando se edita en dos, cada uno
alcanza cerca de las mil páginas (1.002 el primero y 742 el segundo en mi
edición de bolsillo de Random House Mondadori). A lo largo de esta larga
novela, el autor puede permitirse explayarse tanto como para dedicar un primer
libro entero a la descripción de la vida de un obispo que no volverá a aparecer
en toda la obra tras ese primer libro.
"Por supuesto -estaréis
pensando- Don Bienvenido Myriel es importantísimo para el resto de la obra
aunque no aparezca más que en este primer libro". Así es. El magnánimo
obispo es un personaje importantísimo y eso es porque Los Miserables está escrita a modo de la epopeya clásica de la
antigua Grecia.
La epopeya tradicional griega
supone la narración de una serie de acciones ejercidas por un héroe,
representante de las virtudes de un pueblo y que deben quedar fijadas en la
memoria colectiva. Estas acciones suelen ser guerras (La Ilíada) o viajes (La Odisea).
La característica más destacada de la epopeya es su extensa longitud, debido a
la cual se divide en rapsodias o cantos.
Pero empecemos por el
principio: el desencadenante de la epopeya es generalmente un dios enfadado,
torpe, infiel y otras múltiples variantes de comportamiento que afectan a la
vida de los seres humanos no divinos (recuérdese como ejemplo el inicio de la Ilíada: "Canta, oh musa, la cólera
del pélida Aquiles" con lo que todo el poema está estructurado en torno a
la ira del dios Aquiles y sus consecuencias para la guerra de Troya).
Ahora volvamos con Don
Bienvenido Myriel. Si Víctor Hugo dedica un libro entero de su obra a alabar sus
múltiples virtudes y a decir de él que era un santo es porque está deificando la
figura. El obispo aparece sólo en el primer libro pero representa la salvación
de todos los personajes de la obra. En primer lugar y principal, la de Jean
Valjean, ya que el obispo es el único ser en el mundo que lo acoje en su propia
casa y le da una oportunidad cuando nadie más lo hacía.
Además de eso, con la promesa
que obliga a cumplir a Jean Valjean, éste se convierte en salvador de Cosette
(tras haber sido parte de su perdición y de su orfandad al provocar el despido
de su madre Fantine).
La salvada Cosette, a su vez,
se convertirá en salvadora de Marius, siendo su aliciente y motivo para
sobrevivir durante el ataque en las barricadas.
El mismo Jean Valjean en
persona, lleva posteriormente a un moribundo Marius bajo el alcantarillado de
París, salvándole la vida.
De este modo el obispo Myriel, a
través de un gesto y una promesa, se convierte en el salvador de los tres
personajes: salvador directo de Jean Valjean y, por extensión, de Marius y
Cosette.
Con ello ya tenemos al obispo
actuando como una deidad con poder externo (la promesa de Jean Valjean) para
influir en la vida de tres seres humanos no divinos (por no mencionar al
condenado al que Jean Valjean salva la vida revelando su verdadera identidad
ante el tribunal).
Además del deus ex machina inicial (un procedimiento teatral por el cual un
Dios proveniente de fuera del escenario marcaba la vida y el destino de los
personajes implicados en la historia), en Los
Miserables, como en la epopeya o la tragedia griega (Aristóteles afirmó en
su Poética que ambos géneros sólo se
distinguían en su longitud), tenemos una anagnórisis
final.
La anagnórisis, o reconocimiento, suponía el descubrimiento por parte
de un personaje de datos desconocidos para él hasta ese momento. Este
descubrimiento, se realizaba hacia el final de la obra y podía referirse a la
propia identidad del personaje, la de sus seres queridos o la de algún
personaje de su entorno más cercano. Su revelación alteraba la conducta del
personaje (recuérdese como ejemplo la anagnórisis
o revelación final en la tragedia Edipo
rey, de Sófocles).
La anagnóris se produce en Los
Miserables hacia los capítulos finales, cuando Ténardier visita a Marius
para decirle que fue Jean Valjean quien la salvó la vida a través de las
alcantarillas. Esta revelación, por supuesto, altera la conducta de Marius.
Recuérdese que al descubrir que Jean Valjean era un preso, lo había condenado a
no ver nunca más a Cosette. En los últimos momentos de vida de Jean Valjean,
Marius corre a su lecho de muerte y le agradece todo lo que hizo por él y el
haberle dado la posibilidad de vivir una vida plena y feliz al lado de su hija
Cosette.
Así pues, Los Miserables, como una epopeya griega, se inicia presentando a un
Dios (el obispo Bienvenido Myriel) que será artífice de toda la historia y
finaliza con una anagnóris que altera
la conducta de uno de los personajes principales y que lo hace descubrir mejor
quién es él mismo. Aunque este hecho no evite la muerte de Jean Valjean, pues
como toda buena tragedia (recordemos nuevamente que para Arsitóteles la
tragedia y la epopeya sólo se distinguen en su longitud), la obra termina con
su muerte. De haber sido una comedia, la obra simplemente habría terminado con
la boda de Marius y Cosette ("Todas las tragedias concluyen en una muerte;
todas las comedias terminan en un matrimonio", Lord Byron).
Ahora bien ¿Es simple
casualidad u homenaje particular de Víctor Hugo que su obra magna tenga la
misma estructura que una epopeya griega? No. La gran novela realista del siglo
XIX procede directamente de la epopeya tradicional griega y de hecho también se
la conoce como epopeya del héroe vulgar, ya que mantiene las características de
la epopeya griega pero elimina la figura del Dios, que se sustituye por la
providencia, el destino o el equilibrio de acontecimientos positivos y
negativos que toda novela contiene en sí misma (si observamos la cita de Víctor
Hugo que encabeza este post podríamos llamarlo, en sus propias palabras, el
infinito) y sustituyendo la figura del héroe clásico dotado de las múltiples
virtudes que representan a un pueblo por el héroe de clase media o antihéroe
(sustitución que se aprecia perfectamente en el Ulises de Joyce).
Resulta
posible y muy ilustrativo tomar cualquier novela y rastrear sus características
básicas hasta volver a su germen original, al primero de los géneros
tradicionales que le dio vida y descubrir que, en realidad, los géneros tampoco
han cambiado tanto desde entonces. Sólo se han adaptado, en mayor o menor
medida, a nuestros tiempos.
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